Saturday, April 19, 2025

La historia de un dingo en Australia

Introducción

Dado a que me he encontrado con un par de publicaciones un tanto cuestionable sobre la ecología del dingo y su repercusión en el ecosistema australiano, he decidido hacer un breve análisis para tratar de esclarecer el controvertido impacto ecológico que esta especie tiene en Australia.

Dingo. Créditos de la imagen: Jason Edwards

La historia del dingo
Como muchos ya conocen, el dingo, es un cánido endémico de Australia. Tratándose del mayor depredador terrestre del continente. Perteneciendo al género Canis y a la familia Canidae, que también incluye lobos, zorros, coyotes y nuestro mejor amigo, los perros. Sin embargo, los dingos no tienen sus raíces evolutivas en Australia. Entonces, ¿cuál es su origen y cuando llegaron a Australia? ¿Y qué tan emparentados están con los perros?

Bueno, para responder a estas preguntas, es fundamental entender cómo era Australia y el sudeste asiático hace unos 18.000 años. Por aquel entonces, Australia y Nueva Guinea formaban una sola masa de tierra conocida como Sahul. Al mismo tiempo, gran parte del sudeste asiático estaba unida en otra masa de tierra llamada Sunda.

La plataforma de Sahul y la plataforma de Sunda, hace unos 12.000 años. Imagen extraída de Wikimedia commons.

Se sabe que los dingos se originaron en la región de Sunda (Savolainen et al., 2004), aunque su ubicación exacta sigue siendo un misterio. Algunos estudios han propuesto que su origen podría situarse en Asia Oriental, concretamente en el sur de China (Oskarsson et al., 2011; Freedman et al., 2013; Greig et al., 2015), mientras que otros han sugerido Asia central (Shannon et al., 2015). También se ha planteado un origen más amplio que abarcaría desde el sudeste asiático hasta Nueva Guinea (Ardalan et al., 2012), incluyendo a Taiwán como una región clave (Sacks et al., 2013).

Mapa que representa los posibles orígenes filogeográficos de los dingos, basado en la evidencia genética. De Filios y Tacon, 2016.

Pero independientemente de cual haya sido su origen, los dingos tuvieron que cruzar al menos 50 kilómetros de mar abierto para llegar a Australia, incluso durante los máximos glaciares, cuando el nivel del mar era considerablemente más bajo. No se conoce ningún otro ejemplo de un animal terrestre que haya realizado semejante travesía, lo que indica que los dingos fueron introducidos en Australia con la ayuda de los humanos. ¿Pero cuando llegaron?

La evidencia arqueológica indica que los dingos ya estaban ampliamente distribuidos en Australia hace unos 3500 años, con varios registros arqueológicos en múltiples ubicaciones geográficas, como Australia Occidental en Cueva de Madura, hace 3450 años (Milham y Thompson, 1976), Nueva Gales del Sur en Wombah Midden, hace 3450 años (McBryde, 1982) y en Victoria, en Fromm´s Landing, hace 3170 años (Mulvaney et al., 1964). Pero esto sigue sin responder a la pregunta.

Elementos seleccionados del entierro de un dingo. a) Fragmento maxilar derecho con vista dorsal de los dientes; b) vista lateral y medial de la hemimandíbula derecha; e) vista anterior y posterior del radio izquierdo. Las flechas en los húmeros indican daño por carnívoros; las flechas en el radio indican osteofitos. De Koungoulos et al., 2023

Otra pista que nos podría ayudar a resolver este rompecabezas es Tamania, una isla situada frente a la cosa sur de Australia. En Tasmania nunca se han encontrado restos arqueológicos de dingo, lo que indica que estos animales llegaron a Australia después de que Tasmania se separara como isla, hace aproximadamente unos 12.000 años.

Los estudios moleculares han demostrado que el dingo tiene una estrecha afinidad con el perro cantor (Canis hallstromi) (Savolainen et al., 2004). Esto sugiere que el dingo probablemente se introdujo una sola vez desde Nueva Guinea, y luego se extendió por toda Australia..

Perro cantor de Nueva Guinea. Créditos de la imagen: Valerie Abbott

Lo más interesante de todo esto es que, al observar a los dingos actuales, las poblaciones del este y del noreste presentan algunas diferencias genéticas entre sí, siendo las poblaciones del este las más estrechamente emparentadas con el perro cantor que los dingos del noreste (Cairns y Wilton, 2016). Es probable que las poblaciones del este hayan seguido manteniendo contacto con las poblaciones fundadoras hasta que Sahul se dividió en Nueva Guinea y Australia. Siendo en este punto, cuando los cánidos de Nueva Guinea divergieron, y las poblaciones orientales y occidentales de dingos continuaron viviendo juntas en Australia.

Adicionalmente, Surbakti et al. (2020) demostraron que los perros salvajes de las Tierras Altas de Nueva Guinea eran genéticamente basales del dingo y del perro cantor de Nueva Guinea, lo que indica, el posible origen tanto del dingo como el del perro de Nueva Guinea.

Dendograma de unión vecinal de perros de 161 razas coloca a los perros de las tierras altas dentro del clado de perros de raza del este asiático (dorado) y ártico (amarillo) en un clado monofilético con las otras poblaciones de perros océanicos (Los perros cantores de Nueva Guinea en rojo, dingos en azul en tres ramas indicadas con un asterisco). Las ramas con valores de bootstrap del 100% están marcadas con un punto en negro. Editado de Surbakti et al. (2020).

Se cree que su rápida expansión por el continente australiano pudo deberse a su relación con los humanos. Curiosamente, el dingo ocupa un lugar importante en la mitología aborigen de toda Australia (Rose, 1992), y su importancia se ve reforzada por el descubrimiento de enterramientos intencionales de dingos en la Tierra de Arnhem (Gunn et al., 2010) y varios yacimientos del sureste de Australia (Gollan, 1980; Pardoe, 1996). En base a la evidencia arqueológica, se sugiere que el dingo era visto de múltiples maneras, desde un compañero de caza y perro de campamento, hasta como una posible fuente de alimento (Corbett, 2011).

En cuanto a las representaciones de arte rupestre con dingos, estas son generalmente raras (Pardoe, 1986). No obstante, existen representaciones naturalistas del tamaño casi real, dibujadas con carboncillo (Tacon et al., 2012), que se se representan en asociación con humanos.

Pintura rupestre de un dingo y figura ancestral de la región de Laura, Queensland, Australia. De Fillios y Tacon, 2016.

La filogenia siempre dando problemas
Desde que los primeros colonos europeos llegaron a Australia, los dingos han sido comparado con perros. De hecho, los científicos han estado luchando continuamente por ponerse de acuerdo sobre su posición taxonómica.

Lo cierto es que el perro y el dingo no están muy separados evolutivamente, ya que pertenecen al mismo clado que los perros domésticos, siendo el dingo más bien un miembro basal de este grupo (Fan et al., 2016; Thalmann et al., 2013). Sin embargo el, dingo no se encontraba en un proceso de domesticación muy avanzado, ya que no ha sido criado selectivamente a diferencia de otros animales domésticos (Smith, 2015). Seguramente que, desde su llegada a Australia, inició un proceso de feralización, y el nuevo entorno provocó cambios en las regiones genómicas que regulan su metabolismo, el neurodesarrollo y la reproducción (Zhang et al., 2020).

Y aunque fenotípicamente parezca muy similar a un perro, realmente presenta diferencias morfológicas notables con esté, como un hocico más largo, premolares más largos, caninos más largos y delgados, bullas auditivas más grande, un cráneo más plano, con una cresta sagital y líneas nucales más grandes (Smith, 2015).

Por lo tanto, en base a sus características genéticas y anatómicas, así como a su aislamiento geográfico con respecto a otros miembros del género Canis, y sus diferencias fenotípicas, ecológicas y etológicas, se puede argumentar que el dingo constituye una población única, lo suficientemente diferenciada como para considerarse una forma distinta dentro del grupo (Smith et al., 2019).

Resumen de las relaciones evolutivas entre lobos, dingos y perros domésticos modernos. Esta figura sintetiza los diversos modelos de origen canino de vonHolt et al. (2010), Cairn y Wilton, (2016) y vonHolt y Driscoll (2016). Los dingos y otros linajes de antiguos perros, como los perros cantores de Nueva Guinea, forma un linaje distinto de los perros domésticos, que ha sido sometido a sucesivas generaciones de selección artificial

Pero, como siempre, tiene que haber un "pero" en la filogenía, el problema de todo esto es que el dingo, al ser un pariente tan estrechamente relacionado con los perros, puede llegar a hibridar con ellos. Esta capacidad de hibridación sugiere que el dingo no se ha diversificado lo suficiente como para poder ser considerado como una especie separada. Por ende, debería considerarse una subespecie del perro, como propuso Meyer en 1793, ya que, a nivel genético comparte muchas similitudes con los perros domésticos. En consecuencia, Canis familiaris dingo es el nombre más acertado con la evidencia actual.

¿Y qué repercusiones tiene esto? La hibridación entre animales ferales y sus contrapartes salvajes puede alterar las combinaciones de genes adaptativos, reducir la diversidad genética y, en algunos casos, llevar a la extinción a las poblaciones salvajes originarías (Stephens et al., 2015). Varios estudios basados en la morfología del cráneo y el color del pelaje han demostrado que los híbridos de dingo y perro son más frecuentes en áreas densamente pobladas, como el sureste de Australia (Stephens, 2011), que en regiones remotas, como el norte y el centro del país (Corbett, y  1985, 1995, 2001; Newsome y Corbett, 1985). Se cree que esta mayor proporción de híbridos en zonas pobladas refleja el mayor contacto que los dingos tienen con perros domésticos (Newsome y Corbett, 1985; ). En cambio, aquellas poblaciones de dingo que se encuentran en zonas remotas y con una menor presencia de perros domésticos, las diferencias de comportamiento entre dingo y perros parecen ayudar a prevenir la hibridación (Walters, 1995; Corbett, 2001).

Híbrido de dingo y perro. Imagen extraída de aquí.

Corbett (1995, 2001) expuso la teoría de que a un perro doméstico asilvestrado le resulta difícil integrarse con éxito y competir con una población grande de dingos que tiene una estructura de manada estable. Sin embargo, la presencia de genes "dingo" puede facilitar que los híbridos se infiltren en las poblaciones de dingo (Corbett, 1995, 2001). La proporción de genes de dingo en una población disminuirá a un ritmo más lento si los dingos se cruzan con híbridos en lugar de con perros. Por ejemplo, un híbrido resultado del cruce entre un dingo y un perro tendrá un 50% de genes de perro (Wilton, 2001) y el acervo genético se diluirá a la mitad con cada generación que se cruce con perros (Randi y Lucchini, 2002). En cambio, la descendencia de un cruce entre un dingo y un híbrido dingo-perro (con un 50% de genes de perro) solo tendrá un 25% de genes de perro. Pero a pesar de esto, la integración continua de genes de perro doméstico terminará provocando, tarde o temprano, la pérdida de diferenciación genética si no existe intervención o selección natural contra los híbridos y perros asilvestrados.

Esta discusión genética es lo que ha llevado a que, en ciertas regiones de Australia, se haya podido legalizar su caza, considerándose como plagas en Queensland, donde debe ser controlados (Fleming et al., 2001). Mientras que, en Nuevas Gales del Sur, Australia Occidental y Victoria, los dingos están protegidos en parques nacionales y áreas de conservación, pero son considerados plagas que deben controlarse fuera de estas zonas.

Un dingo muerto. Créditos de la imagen: Aaron Greenville.

Y aunque la legislación actual influye en dónde pueden conservarse los dingos, la principal limitación para los esfuerzos de conservación es que no se puede distinguir de manera fiable a los dingos de los híbridos (Fleming et al., 2001). Siendo el análisis de la variación genética y de la morfología craneal los dos principales métodos utilizados para estimar el grado de hibridación. Sin embargo, los métodos genéticos actualmente no son prácticos para su uso en el campo (Daniels y Corbett, 2003) y la morfología del cráneo no puede aplicarse de manera fiable a animales vivos (Corbett, 2001). En cuanto a su diferenciación, las características visuales del pelaje podrían representar una alternativa práctica para evaluar el grado de hibridación, pero la relación entre el fenotipo observado y el grado de hibridación aún no se comprende del todo.

No obstante, los dingos siguen siendo el depredador dominante en gran parte de Australia. Y aunque es cierto que el grado de hibridación pondría el peligro la persistencia del linaje genéticamente puro, esto no implica que tanto los dingos puros deban ser considerados como animales ferales. Dado que la evidencia genética demuestra lo contrario (Soulimi et al., 2024). Además, usar este débil argumento para justificar su erradicación solo agravaría el problema.

¿Tan malos como los pintan?
En contraste con estas percepciones, los dingos eran el mayor depredador terrestre existente de Australia continental en el momento del asentamiento europeo en 1788, cuando existían como animales salvajes y comensales en libertad. Debido a que el dingo es el mayor depredador terrestre de Australia, se ha sugerido que la especie probablemente tenga un papel ecológico positivo al regular la cadena trófica (Glen et al., 2007). Sabiéndose que, desde hace mucho tiempo se conocen diferencias dramáticas en la abundancia de canguros y en la composición de los conjuntos de mamíferos en presencia y ausencia de dingos, siendo estas diferencias un posible resultado de los efectos depredadores de los dingos (Rolls, 1969; Jarman et al., 1987; Newsome, 1990; Newsome et al., 2015).

Interacciones predichas asociadas con la recuperación del dingo (flechas sólidas). Los números entre paréntesis representan la secuencia predicha de eventos. Por ejemplo, si los dingos suprimen a los grandes herbívoros (p. ej., canguros y emús), entonces se espera que la biomasa de pastos y hierba aumente. Si los dingos también suprimen a los mesodepredadores (p. ej., zorros rojos y gatos salvajes), entonces se espera que los pequeños vertebrados aumenten. Aunque esta respuesta puede tardar más en manifestarse que la respuesta de la vegetación. Los invertebrados también pueden responder a las condiciones mejoradas de la vegetación y contribuir a la calidad del suelo. Sin embargo, la fuerza de todas estas interacciones pueden verse influenciada por la cantidad de lluvia e incendios (flechas discontinuas). De Newsome et al. (2015)

Los dingos, al ser el depredador ápice del ecosistema australiano, son depredadores generalistas, ya que, aunque se alimentan principalmente de mamíferos, pueden cambiar fácilmente su dieta en función de la disponibilidad de presas (Newsome et al., 1983). Por tanto, los taxones de presas predominantes de los dingos varían tanto espacial como temporalmente (Corbett, 1995; Pavey et al., 2008). Y aunque es probable que la llegada del dingo haya contribuido a la extinción del tilacino (
Thylacinus cynocephalus) y el demonio de Tasmania (Sarcophilus harrisii) en el continente australiano (Corbett, 1995).

Especies que se creen que probablemente se extinguieron por causa del dingo. A la izquierda, tilacino (Thylacinus cynocephalus), y a la derecha, demonio de Tasmania (Sarcophilus harrissi). Créditos de la imagen: Dr. Goding y Mathias Appel.

Todavía no se comprende bien cómo el dingo pudo haber influido en la extinción de estas dos especies. En el caso del tilacino, presentaba una morfología del codo característica de un depredador de emboscada, en lugar de un estilo cursorial típico de los cánidos sociales. Estas divergencias en sus métodos de caza indican una partición de nicho, lo que, por ende, pone en duda la hipótesis de superposición de nicho que plantea al dingo como la principal causa de su desaparición (Figueirido y Janis, 2011). Siendo la principal causa de su extinción el hombre (Prowse et al., 2013, 2014).

Los europeos colonizadores cazaron al tigre de Tasmania porque sospechaban que estaban matando a las ovejas que habían traído consigo. Imagen de dominio público de Wikimedia Commons.

Mientras que con el demonio de Tasmania, la cosa es más complicada. Aunque también se ha sugerido una posible competencia con el dingo, su extinción en el continente australiano pudo deberse a una combinación de factores que incluyen la presión del dingo, los cambios climáticos y la actividad antrópica (Prowse et al., 2014). Aunque el efecto del cambio climático se considera como un factor excluyente, dado que los análisis fisiológicos del demonio de Tasmania no muestran evidencias de un estrés ambiental lo suficientemente severo como para explicar su extinción en el continente (Morris et al., 2022).

Además, en base a los modelos ecofisiológicos y de nicho, demuestran que el demonio era capaz de soportar una amplia gama de condiciones climáticas, incluso durante periodos de mayor estrés hídrico o alimentario. Esto a punta, a que su desaparición del continente se debió principalmente a la intensificación de la presión humana durante el Holoceno tardío (Morris et al., 2022).

Independiente de las causa de extinción de estas dos especies. Los dingos parecen tener beneficios ecológicos generalizados y netos, particularmente en el control de grandes herbívoros, incluyendo herbívoros introducidos que son perjudiciales para la ecología y la economía (Dawson et al., 2022) y también pueden suprimir a los mesodepredadores invasores, como los gatos (Felis catus) y los zorros salvajes (Vulpes vulpes) (Johnson et al., 2006; Moseby et al., 2012; Schroeder et al., 2015; Cupples et al., 2011) responsables de la mayoría de las extinciones y disminuciones de mamíferos en Australia (Frank et al., 2014; Firth et al., 2010).

Mesodepredadores invasores en Australia, A la izquierda, gaot feral (Felis catus), y a la derecha, zorro (Vulpves vulpes). Créditos de la imagen: Universidad de Flinders y Harley Kingston.

Conclusión
Aunque es cierto que los dingos pueden ejercer cierto grado de depredación sobre la fauna amenazada, los mesodepredadores parecen ser los principales responsables de su disminución. En este sentido, proteger al dingo tendría un efecto más positivo que exterminarlo, ya que su desaparición provocaría un aumento en las poblaciones de mesodepredadores, lo que incrementaría la presión de depredación sobre pequeños vertebrados y sus consiguientes extinciones. Asimismo, las regiones donde las poblaciones de dingo controlan a estos mesodepredadores podrían representar un posible refugio para especies amenazadas (Sunfly et al., 2024).

A la vista está que se trata de un tema indudablemente controvertido y complejo. Aunque, en base a la evidencia, parece que podrían existir más consecuencias positivas que negativas. Esperemos que futuras investigaciones continúen arrojando luz sobre este tema y aporten más evidencia para tomas decisiones de conservación más informadas y equilibradas. Del mismo modo, trata de averiguar un método para la identificación y control de las poblaciones de perros asilvestrados, que como ya hemos visto, resulta una tarea intrincadamente difícil.

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